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Adicto a los libros

Perdí a mi familia y también mi casa, pero conservo los libros. Protejo cuarenta y tres mil tomos en un departamento y dos bodegas rentadas, odio tenerlos en cajas, por ello los apilo con el lomo a la vista, a mi disposición, puedo estar frente a ellos por horas, admirando los colores, tipografías y formas que adquieren las decenas de columnas zigzagueantes debido a los distintos tamaños: miniatura, pequeños, mediano chicos, medianos, mediano grandes, cuadrados, formato de arte, monumentales y de figuras extrañas. Mi familia se alejó, simplemente me abandonaron, no soportaban mi adicción; mi ex-esposa decía que hubiera preferido que fuera borracho o mujeriego a acumulador sin remedio. Fui profesor universitario, me despidieron por mejorar calificaciones a cambio de primeras ediciones y ejemplares numerados. No lo entienden, los libros son mi pasión, mi vida. Obvio que los leo, el contenido es lo más importante, pero la textura, el olor, la sensación de tenerlos entre las manos es imposible de explicar. Me satisfacen los libros nuevos, quitarles el celofán y ser el primero en tener contacto con el texto me provoca un aumento en la frecuencia cardiaca, pero los libros viejos, los impresos antiguos son mis preferidos; cientos de historias los rodean. Vivo en la Ciudad de México, consigo libros todos los días, ahora debo vender algunos para subsistir y para adquirir más. No tengo a nadie, sólo a ellos, me escuchan, son mis confidentes y mis maestros. Me atemoriza la idea de perder alguno. No lo percibo como una enfermedad, tampoco como un problema, soy feliz así. Tengo los libros que necesito, un autor me lleva a otros, una descripción, una cita, una nota, todo me lleva a conseguir más títulos. Por las noches, cuando llego a mi hogar y he satisfecho mis necesidades sanitarias y alimenticias, los procuro, no soporto ver un ejemplar enfermo, los curo, los restauro: trapo semi-húmedo para portadas, lija delgada para los cantos, goma para los subrayados, pegamento especial para los que lo ameritan.  Es fascinante despertar entre tapias hechas por libros formando las figuras más hermosas que jamás imaginé, una historia sobre otra, en esos momentos me olvido del exterior y disfruto imaginando la vida de los autores, la decisión que los llevó a para escribir; los motivos por los que los editores lo llevaron a la  imprenta; también a los correctores, diseñadores, impresores, distribuidores y todos los involucrados para que que ese libro en particular llegara a estar frente a mi. He perdido peso, tal vez sea por caminar tanto para conseguirlos, acudo a barrios peligrosos desde la madrugada para ganar los lotes a vendelibros que no aprecian lo que yo. Vago entre los pasillos de librerías de colonias acomodadas, locales de libros viejos donde no saben lo que tienen y no valoran a los grandes escritores, tienden sus obras en el piso sin el más mínimo respeto. Me he sentido mal últimamente, un bulto en mis riñones me ha desgastado, tal vez exageran o quizá sea grave, es lo de menos, lo único que me preocupa es en manos de quién dejaré mi acervo.

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