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El bibliófilo de Balderas

Hace más de una década me lo presentaron como especialista en firmas, un hombre corpulento de cuarenta y tantos años, de pelo cano y vestido con pulcritud, usaba anteojos de alta graduación, se percibía en él cierto halo de erudición, aunque la presentación hecha por parte de un librero no me fue agradable, sentí como si lo tratara igual que a un cuate de la cuadra. Ese día yo llevé a presumir un ejemplar con la dedicatoria de Juan Rulfo, el bibliófilo de Balderas tomó el ejemplar, no hizo ni un solo gesto, no se inmutó, ahora sé que actuaba de forma profesional, como se dice en el argot libresco, era un coyote, me miró y sin decir una sola palabra asintió y me devolvió el libro, fue la primera vez que lo traté.

El bibliófilo de Balderas es un librero especializado en primeras ediciones de literatura mexicana e iberoamericana principalmente, con gusto refinado, tiene predilección por los poetas mexicanos de culto y autores del exilio español, conoce sobre libros de Poesía de Centro y Sudamérica, de libros ilustrados por grabadores del Taller de la Gráfica Popular, estudioso de los Contemporáneos y el Movimiento Estridentista.

Siempre viste con esmero y limpieza, botas bostonianas excelsamente lustradas y camisas perfectamente planchadas, en eso hace diferencia con muchos libreros descuidados en su persona; el bibliófilo de Balderas come bien, bebe de forma cotidiana, para socializar y hacer negocio dice él, toma ron solo, sin refresco, se desenvuelve en varios estratos sociales y en lugares radicalmente opuestos, puede uno encontrarlo tomando cerveza los domingos con los colegas de la Lagunilla o entre semana en bares de Polanco cerrando tratos con coleccionistas y galeristas. 

El librero bibliófilo tiene la fortuna de estar en el momento y lugar preciso, eso lo he confirmado una y otra vez a lo largo de los años, parece que tiene un olfato para las primeras ediciones, la segunda vez que lo vi llegó al puesto de un colega suyo cuando yo le ofrecía una edición príncipe de Octavio Paz, con una de las más hermosas portadas hechas por Rufino Tamayo, el libro estaba impecable, me ofreció la décima parte del valor real de la obra, yo no sabía de primeras ediciones, él sí, acepté de inmediato, la revendió a un coleccionista renombrado.

A lo largo de los años he podido venderle miles de libros, no exagero en la cantidad, siempre han sido ejemplares raros, al inicio me coyoteaba mucho, a veces me daba coraje, pero él con mucha pasividad me decía que en el oficio de librero anticuario siempre se paga el precio del aprendizaje y ¡vaya que lo pagué! Una vez quise sobrepasarme en el precio con él, le ofrecí una primera edición de César Vallejo en tres mil pesos, el bibliófilo aceptó y la revendió en treinta y cinco mil; otra, le ofrecí un lote de exiliados españoles en quince mil, ¡ya iba aprendiendo! el cabrón lo revendió en cien mil. Y así, una tras otra con libros antiguos, firmados, ilustrados del siglo XVII, etc.

Mi amigo tiene gran reconocimiento en el mundo de la bibliofília en México y en general en el negocio del libro antiguo, así como uno menciona un aguilar, en donde ya va implícito que es un libro de calidad, en el coleccionismo pasa algo similar, el bibliófilo de Balderas dicta sin saberlo cuando un libro tiene o no valor. Es respetado por clientes y colegas.

En una ocasión, en una feria en que ambos participábamos, evento de libros usados alterno a la feria de Minería en el Centro Histórico observé a un coleccionista peruano mirando en un puesto del Callejón de la Condesa una primera edición de Historia de un deicidio, se lo ofrecían en doscientos pesos, no aceptó, imagino que dudó más de la persona que se lo vendía que del ejemplar, unos instantes después llegó mi amigo, pidió ver el mismo libro, lo compró en cuatrocientos pesos (a él le venden más caro los cabrones), lo llevó a su stand donde unos minutos después llegó el coleccionista peruano, el bibliófilo de Balderas le ofreció el mismo ejemplar que ya había visto unos minutos antes, pero ahora en dos mil pesos, se lo compró.

Parafraseándolo: "el valor de un libro cambia dependiendo de las manos en que se encuentre".

Por cierto, le gustan las mujeres altas, bajitas, delgadas, robustas, güeras, morenas, jóvenes, maduras , pobres, ricas y así la lista puede continuar. Me cae bien mi amigo librero.

¡Larga vida al bibliófilo de Balderas!





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