Habito en el lado B de la bodega. El ritual diario de
preparación consiste en tomar mi camisola, prenda de suma importancia, buscar
un cubrebocas, diez años entre libros me han provocado una leve alergia, y de
vez en cuando, un par de guantes de látex completan el outfit de librero. Echo
un vistazo previo al panorama y voy calculando espacios, ubico mis herramientas
de trabajo procurando no perderlas de vista, por último, emparejo la puerta
para eludir los rayos del sol. Una de mis prioridades en este lado, es el
silencio porque hace de este lugar un espacio habitable. En un instante y casi
de manera involuntaria, ya me encuentro inmerso en una profunda meditación,
pero al final del día, siempre es un placer haberme alejado tanto de mi misma.
Ocasionalmente sospecho que cada ejemplar posee determinado
temperamento, algo parecido a la teoría de Hipócrates sobre los humores pero
aplicado a los libros. No cabe duda de que son entes con personalidades únicas.
Ellos mismos te eligen, si son para ti todo estará a tu favor, por el
contrario, si no es tu momento, su comportamiento será escurridizo y lo más
factible es que consigan estar fuera de tu alcance; la búsqueda y encuentro
casual, se convertirá en una
persecución. Otras veces, siento que los libros conspiran contra mi, basta un
comentario, un movimiento brusco ó el leve roce de mi brazo, para que se
abalancen precipitadamente junto a mí. Además, imagino que son capaces de
percibir la duda, el temor y de ello tengo pruebas.
Recuerdo que en una compra llegó la valiosa colección de
Historia de Jalapa, había bastantes en todos lados y no tenía claro qué hacer
con tantos. Ante la duda, lo consulté con Mr.
B y finalmente opté por colocarlos en el
rincón de segunda revisión. A decir verdad, los dejé ahí esperando que se
desvanecieran o que, con un poco de suerte, llegara algún estudioso del tema,
aficionado o coleccionista que nos eximiera de tal responsabilidad, por
supuesto, no ocurrió. Los libros azules permanecieron juntos mucho tiempo, en
el mismo sitio, no faltaba ni uno solo. Estuvieron esperando a que se les
asignara un lugar-espacio, así que me preparé mentalmente para afrontarlos.
El libro acompaña, advierte, aconseja, educa la vista; por
sí mismo alecciona y son actos que, al menos para mí, requieren privacidad y
serenidad. El sosiego que me cobija en el dichoso cuartito, embelesa y
reconozco que a veces, me encierro ahí sólo para recuperar la quietud; de
pronto, me hallo abrazando algún Taschen de Egon Schiele, palpando la firma de
mi querida Rosario Castellanos ó pensando en el gran Carlos Monsiváis; los
siento cerca. En mi cotidianidad, tengo más contacto con los libros que con la
misma gente, imagino que a varios colegas les ocurre algo similar.
Un día, Mr. B me dijo: -Cuando los libros se te
empiecen a caer, significa que es suficiente- y efectivamente, en los libros
como en el Arte, hay que saber cuándo parar. No obstante, el oficio nos ha
demostrado que nunca es suficiente y jamás es demasiado.
Podrán encontrarme en algún rincón del lado B, son
bienvenidos en este su espacio; sean meticulosos y no olviden emparejar la
puerta.
Ah! eviten tocar los libros del cliente
español.
Cris Eme.
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