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Mostrando entradas de mayo, 2020

Primera edición, 1955

Siempre he sentido un gran gusto por visitar tianguis, ventas de garage, bazares, librerías de segunda mano y mercados de pulgas. Aparte de libros, soy un consumado coleccionista  de “chácharas”. Me gusta encontrar juguetes, discos, películas e inclusive elementos de decoración para mi casa que después de una concienzuda limpieza, pasa a formar parte de mi vista diaria. Aunque pensándolo bien, quizás el término que me identifica más es el de “lo compraré porque me gustó, y seguramente en un futuro lo usaré” aunque no siempre ha sido el caso, por supuesto.  En la Ciudad de México, donde he vivido toda mi vida, los tianguis son un elemento importante de la calle. Hay uno en particular muy cercano a la casa de mi madre, en la delegación Iztapalapa. No muy conocido, ni concurrido, aunque abarca varias calles si lo decides recorrer de principio a fin. Lo que más encontrarás son puestos de fruta y verdura, carnes y lácteos, en donde la mayoría de las personas que lo visitan, jefes

Cavilación de Cristo.

Habito en el lado B de la bodega. El ritual diario de preparación consiste en tomar mi camisola, prenda de suma importancia, buscar un cubrebocas, diez años entre libros me han provocado una leve alergia, y de vez en cuando, un par de guantes de látex completan el outfit de librero. Echo un vistazo previo al panorama y voy calculando espacios, ubico mis herramientas de trabajo procurando no perderlas de vista, por último, emparejo la puerta para eludir los rayos del sol. Una de mis prioridades en este lado, es el silencio porque hace de este lugar un espacio habitable. En un instante y casi de manera involuntaria, ya me encuentro inmerso en una profunda meditación, pero al final del día, siempre es un placer haberme alejado tanto de mi misma. Ocasionalmente sospecho que cada ejemplar posee determinado temperamento, algo parecido a la teoría de Hipócrates sobre los humores pero aplicado a los libros. No cabe duda de que son entes con personalidades únicas. Ellos mismos te eligen,

La maldición a mis gatos

Recientemente me hicieron notar una extraña relación entre los gatos y los libreros de viejo, les contaré mi experiencia con los felinos, casi como una tragedia griega. Hace algunos años mi esposa adoptó un par de gatitos, hembra y macho, ella era blanca y tan bella como arisca, él era muy travieso; la gata la llamamos bola de nieve y al gato por su pelaje atigrado lo nombramos de forma sumamente original como tigre . Mientras fueron cachorritos todo eran mimos y felicidad, ya en su etapa de adolescencia felina comenzaron con actitudes extrañas, un día que regresaba del trabajo (en esa época laboraba en una de las librerías de viejo del sur de la ciudad), observé a ambas mascotas arañando mis obras escogidas de Hemingway en Planeta y las obras completas de Herman Hesse en Aguilar, soy muy tranquilo pero en ese momento sentí mucha furia, me dieron ganas de estrangular a los dos pinches gatos, casi lo hago, sólo los cargue, cada uno con una mano y los maldije, les desee que tuvieran

Los libreros de viejo y sus simpáticos gatos.

Muchas cosas disfruto de ser provinciano pero también de algunas me avergüenzo: jamás en mi vida he pisado la lagunilla y conocí apenas hace diez años el maloliente callejón de Balderas que tan buenos libros me ha dado. Las excursiones infantiles al extinto distrito federal me paseaban por el papalote museo del niño, por el museo de Antropología e historia, por el castillo de Chapultepec y algún bien intencionado me presentó Coyoacán. Cerca de Coyoacán conocí aquella monumental librería Gandhi en la que pasaba horas eligiendo títulos que invariablemente alguien pagaba por mi. Un gasto de unos mil pesos me proveía apenas de unos tres o cuatro títulos pero quiso la providencia (soy poblano, excúseme los tintes religiosos) que supiera de oídas de una callejuela que se encontraba en Balderas y que vendía libros a mitad de precio y si uno era avispado se llevaba unos diez libros leídos por los mismos mil pesitos. Con el descubrimiento de dicho centro cultural con olor a orines llegó un con

Las uvas y el viento

“Los libros no son para coleccionarse o para exhibirlos sobre un librero como si fueran trofeos de guerra; los libros son para leerse… y ni siquiera para eso. Los libros son una guía para aprender a vivir…”       Así hablaba mi psicoanalista, llevaba ya catorce años en terapia y aún me dolía confesar, delante de él, algunas cosas, como el hecho de que me había vuelto adicto a comprar libros. Desde hace algunos años, adquirí la costumbre de buscar escritores poco conocidos, de esos que les llaman autores de culto. También sentía una extraña pasión por adquirir libros raros y, desde luego, nunca podía dejar pasar una primera edición.      Recuerdo que aquel día, abandoné la terapia con un sentimiento de culpa tan grande como el que debió sentir Caín después de contemplar el cuerpo de su hermano tendido sobre la arena. Luego de meditarlo por un buen tiempo, pensé que lo mejor que podía hacer era deshacerme de mi biblioteca, así que, entré a mi departamento y comencé a seleccionar tod

¿Cuánto?

Si bien cotidianamente son antagonistas por naturaleza propia, existen ocasiones, escasas como la historia de un deicidio, en que estos dos participantes de la vida del libro involuntariamente colaboran  para dar resultados inesperados. Me refiero por un lado al librero: adalid de las letras y de la tinta seca que resguarda el conocimiento y la vida de los autores con el celoso y prolijo ejercicio de su oficio, y por otro lado, el biblioclasta: aquel porfiado que no conforme con ser indiferente a los libros, se empeña en mantenerlos apartados de su vida y de quienes le rodean rindiendo pleitesía al pensamiento medieval que se creía derrocado gracias a la imprenta. Era mi primer año en la bella ciudad de Guadalajara. Recién prófugo de la CDMX y llevando a cuestas nada más que  la experiencia adquirida durante dos años en una de las bastas proveedurías  de libros usados de la calle Donceles y un cambio de ropa.  Después de una azarosa búsqueda y de perder un empleo recién adquirido